CORTESÍA DEL CORREO DE OAXACA/Alejandro Nadal/La Jornada
La teoría económica ortodoxa sobre el funcionamiento del sistema bancario nada tiene que ver con el mundo real de las finanzas. En el plano académico eso explica la ignorancia de los economistas neoclásicos sobre las causas de la crisis financiera de 2007. Pero lo realmente grave es que la mayor parte de las autoridades económicas en el mundo (bancos centrales y agencias reguladoras) sigue utilizando las herramientas de esa teoría ortodoxa, a pesar de ser lógicamente inconsistente y de haber sido desacreditada por los acontecimientos.
El pasado septiembre, Claudio Borio, economista en jefe del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), declaró que existe un alto riesgo de que la economía mundial sufra una recaída con consecuencias potencialmente más graves que las de la Gran Recesión. Las declaraciones vienen de uno de los funcionarios más lúcidos del BIS, alguien que acertadamente pudo leer las señales de los indicadores financieros más relevantes para predecir la crisis de 2007. Lo más alarmante del anuncio de Borio es su empleo de una metáfora médica:
Hoy ya no tenemos más medicinas para curar al paciente y asegurar su recuperación.
Para seguir con la alusión a la medicina, después del colapso de 2008, los bancos centrales del mundo desarrollado recetaron a sus maltrechas economías un remedio muy fuerte: para contrarrestar los efectos de la crisis aplicaron de manera persistente tasas de interés cercanas a cero (e incluso negativas en algunos casos) e inyectaron cantidades astronómicas de liquidez al sistema financiero. Pero esa medicina tenía contraindicaciones y efectos colaterales indeseables.
Uno de esos efectos es el intenso síndrome de abstinencia cuando la medicina es interrumpida. Los efectos sobre los mercados emergentes están a la vista, pues los préstamos desde Estados Unidos a empresas no bancarias en los mercados emergentes se han duplicado desde la crisis financiera y hoy rebasan 3.7 billones (castellanos) de dólares. Según Borio, las crisis de Argentina y de Turquía son consecuencia de lo anterior, debido al ajuste en la política de la Reserva Federal que ha prometido seguir con aumentos graduales en la tasa de interés y del anuncio del Banco Central Europeo sobre la terminación de su programa de estímulo (flexibilidad monetaria) a finales de año.
Pero el problema central de la política monetaria no convencional que aplicaron los países desarrollados para enfrentar el colapso de 2008 no es solamente el de los síntomas de retiro de la medicina al llegar el momento de la normalización. El principal inconveniente es que la medicina no estuvo dirigida a curar al paciente, sino a rescatar el statu quo que imperaba antes de la crisis.
El propio Borio señaló que uno de los efectos de la flexibilidad monetaria aplicada en Estados Unidos y por el Banco Central Europeo ha sido promover un frenesí de préstamos con estrategias que siguen de cerca los infames CDO o títulos de deuda respaldados por créditos, bonos o hipotecas como garantía. En los años que precedieron la crisis de 2008, estos títulos eran agregados como técnica para distribuir y disminuir riesgos, así como para bajar el costo del crédito y comisiones a los prestatarios. Esos paquetes después eran vendidos en los mercados financieros como vehículos de inversión. Hoy esa práctica ha privilegiado a un tipo de CDO, los llamados CLO, que no son otra cosa que títulos respaldados por préstamos (típicamente deuda de empresas pequeñas y medianas). La práctica de reempaquetarlos y venderlos es similar a la de los títulos respaldados por hipotecas. Lo importante es que los CLO constituyen (al igual que sus hermanos gemelos, los CDO) un fuerte incentivo para el apalancamiento y para el abuso en la adopción de riesgo.
Es bien sabido que las tímidas medidas regulatorias adoptadas en Estados Unidos (bajo la administración Obama) fueron muy débiles para corregir excesos. Además, después de la aprobación de la ley Dodd-Frank en 2010 las principales restricciones introducidas fueron debilitadas en los reglamentos que debían hacer aplicable la legislación principal. Por eso no sorprende el renacimiento de las prácticas crediticias tóxicas que tanto contribuyeron a detonar la crisis en 2008.
Los bancos en Estados Unidos desencadenaron una crisis que aniquiló la riqueza de millones de familias y destruyó 9 millones de empleos. Los bancos fueron rescatados sin un rasguño, mientras 10 millones de familias perdieron su casa. La política del banco central fue generosa con los bancos, inyectándoles liquidez con tasas de cero por ciento. Hoy, después de 10 años, el banco central habla de normalización, pero confirma la luz verde para que los bancos puedan seguir su peligroso juego depredador. Esta subordinación a las necesidades/necedades del sistema financiero anula por completo el mito de la autonomía del banco central y confirma la necesidad de un control responsable y democrático sobre sus actividades.